Hotel New Stanley en Nairobi, Kenia
El primigenio hotel Stanley ardió como la yesca y sobre sus cenizas se construyó el New Stanley. Henry Morton Stanley (a quien los nativos bautizaron como “Bula Matari” el destructor de rocas) fue el aventurero y explorador que encontró a Liwingston, supongo, y contribuyó decisivamente a convertir el congo en una finca privada del Rey Leopoldo II de Bélgica, que explotó aquellas tierras y masacró a sus habitantes con crueldad extrema.
El hotel está en el centro de Nairobi, una ciudad moderna nacida sobre un antiguo campamento montado con motivos de la construcción del ferrocarril lunático, el que une Mombasa con el lago Victoria.
El centro conserva algunos edificios muy hermosos de piedra construidos por los británicos, en su entorno han crecido hoteles, edificios de oficinas, el Parlamento… a lo largo de avenidas espaciosas.
Está lleno de tiendas en las que venden ropa para safaris, talas de madera y piedra, máscaras originales de diversas tribus- masáis, samburus, kikullus…- muy caras pero preciosas, artesanías textiles como pareos, mas las omnipresentes pulseras de pelos de elefante y todo lo que uno imagine.
A solo unos kilómetros del centro está el mayor poblado de chabolas de África. Contrastes dolorosos.
En tiendas y restaurantes cuelgan fotografías del presidente Arap Moi, que es eternamente joven. Las fotos son de cuando tenía cuarenta años. Luego le ves en la tele, con más de sesenta y parece su abuelo.
Nos alojamos en el New Stanley. Está en la calle Moi Kimathi. Tiene una terraza amplia, a la calle con mesas entoldadas. En el centro de la terraza hay una acacia que los viajeros han convertido en tablón de avisos.
Allí se dejan recados para amigos que, se supone, pasarán por Nairobi y se acercarán a la acacia para ver si tienen correo.
Hay repostería bien hecha, mermeladas excelentes, zumos de frutas recién exprimidas y un café digno de ser recordado. Por si mismo y por el marco. De filtro, excelente, con sabores frescos a hierba verde, acidez sostenida y cuerpo más que medio. Siempre repetí o tripití.
Allí preparamos nuestro plan de visitas- el museo de la Antropología, la finca de Karen Blixen…- mientras gozábamos del café.
No dejé ningún recado en la acacia. Pero en mi corazón escribí “pronto volverá”. Y cumplí.
Escrito por Alberto Vidal